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Los turistas codician el oro azul de Provenza

 

En julio, los campos de lavanda embellecen la meseta de Valensole, en los Alpes de Alta Provenza, no muy lejos de Digne-les-Bains. Orgullosos de mostrar sus cosechas y su saber hacer, los productores de lavanda deben, sin embargo, lidiar con un número creciente de actos de incivilidad.

A primera vista, el paisaje parece sacado de una postal provenzal: campos interminables donde los tonos azules de la lavanda se mezclan con el dorado del trigo. Sin embargo, basta girar la cabeza para encontrarse con una multitud de turistas recorriendo las tierras de los lavandicultores, teléfono en mano, para tomar fotos.

Poco transitada en invierno, la carretera departamental 6, que une Manosque con la meseta de Valensole, se llena de vehículos durante la floración de la lavanda. A la orilla del camino, autos, casas rodantes y motocicletas están estacionados apresuradamente. Las placas revelan su procedencia: Francia, Bélgica, Suiza, Italia o incluso los Países Bajos. Unos metros más adelante, algunos autobuses se encuentran estacionados en explanadas acondicionadas por ciertos agricultores. Grupos de visitantes asiáticos, estadounidenses y brasileños desfilan, admirando y oliendo el aroma de esta planta que el escritor Jean Giono describía como “el alma de Provenza”.

Una fuente importante de ingresos

Ubicada estratégicamente, la explotación de la familia Angelvin es una de las más visitadas de la meseta de Valensole. A lo largo de cuatro generaciones, la propiedad se ha ampliado considerablemente: de 12 hectáreas a finales del siglo XIX a 215 hectáreas en 2019. Recibir turistas se ha convertido en una fuente importante de ingresos, explica Laetitia Angelvin, quien administra la finca junto con su esposo Rémi.

“Las visitas duran alrededor de 45 minutos”, cuenta Laetitia mientras atiende la tienda de recuerdos. “Hacemos hincapié en las tres especies cultivadas aquí para explicar las propiedades de cada una. Mostramos todo el proceso: desde la plantación hasta la destilación, pasando por la cosecha”.

Los jabones, las bolsitas de lavanda y los perfumes se venden como pan caliente, pero, señala, “los productos más populares siguen siendo los aceites esenciales. Son especialmente apreciados para aliviar el reumatismo y los dolores musculares mediante masajes”. Y añade: “Nuestro pico de afluencia fue en 2018. Los brasileños vinieron en masa y tuvimos que contratar a una vendedora que hablara mandarín para superar la barrera del idioma con los turistas chinos”.

En julio de 2018, France 3 también realizó un reportaje sobre las consecuencias del turismo en los campos de lavanda. © France 3

Símbolo del romanticismo

El entusiasmo asiático por esta planta está relacionado con el éxito, desde 2009, de Sueños detrás de una cortina de cristal, una telenovela china muy sentimental en la que una escena de amor transcurre en un campo de lavanda. Después de París, Provenza se ha convertido en el otro símbolo del romanticismo “a la francesa”: parejas de recién casados vienen a fotografiarse allí con sus mejores atuendos.

Pero este éxito tiene consecuencias en la vida cotidiana de los productores de lavanda. Françoise Fanguiaire, responsable de la Maison du Lavandin en Puimoisson, afirma que “el verano de 2019 rompe todos los récords de incivilidades”. La misma observación hace Rémi Angelvin, quien relativiza el flujo turístico: “Su presencia es esencial para mantener viva nuestra región, pero no es normal encontrar basura en nuestros campos, que están de acceso libre. No prohibimos que la gente se tome fotos, al contrario, pero debe hacerse con respeto. Algunos se recuestan sobre la lavanda e incluso la cortan delante de nosotros ¡como si estuvieran en su casa!”

La situación estuvo a punto de degenerar cuando dos turistas rusas, acompañadas por un fotógrafo, se negaron a salir de la propiedad de Jean-Paul Angelvin, el padre de Rémi. Este decidió entonces instalar unas redes de cerca simbólicas, normalmente destinadas a contener ovejas. “Se habló de esto en las redes sociales”, cuenta Rémi. “Desde entonces, la gente ha empezado a expresarse; otros productores también se quejan y piensan en poner rejas frente a sus parcelas. Es cuestión de encontrar un equilibrio, pero la comunicación es clave para combatir estas incivilidades. Estamos en contacto con los operadores turísticos, los guías y la oficina de turismo para prevenir los abusos”.

La sensibilización también pasa por la instalación, desde hace algunos años, de señales viales alrededor de los campos de lavanda. Se invita a los conductores a ser prudentes. Ya han ocurrido numerosos accidentes, a menudo provocados por autos mal estacionados a la salida de una curva. A pesar del cambio climático (véase el recuadro), el “oro azul” sigue teniendo valor. El fondo de dotación para la salvaguardia de las lavandas de Provenza estima que este sector genera 9000 empleos directos e indirectos, entre ellos 1700 productores que cosechan lavanda en una superficie de 25 000 hectáreas.


Amenazada por el clima

“De aquí a veinte o treinta años, la cosecha de lavanda podría volverse difícil en Provenza”, advierte Eric Chaisse, uno de los coordinadores del Fondo de Dotación para la Salvaguardia de las Lavandas de Provenza, creado en 2012. Desde hace más de una década, las sequías repetidas debilitan esta planta típica del sureste francés. “Aunque la lavanda resiste a las altas temperaturas, necesita agua para desarrollarse. En la meseta de Valensole hay proyectos de irrigación en curso. Nuestro papel es financiar programas de investigación para combatir la enfermedad del decaimiento, transmitida por la chicharrita —un insecto que se alimenta de la savia de las plantas—. También acabamos de lanzar un programa de más de un millón de euros para reducir en un 50% las emisiones de CO₂ de aquí a 2029 y el consumo de energía fósil en los campos, mediante prácticas vinculadas a la agroforestería y al desarrollo sostenible”.

© Fonds de dotation SPLP


SÉBASTIEN ROUX

Pie de foto de portada: En Valensole, la familia Angelvin posee 215 hectáreas de terreno. © Sébastien Roux

 
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Este artículo está disponible en Echo Magazine n.º 34 de agosto de 2019