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Ep 2 – La fervor de la lucha libre
Han pasado menos de 24 horas desde mi llegada a la Ciudad de México. Descubro la lucha libre, a medio camino entre el deporte y el teatro, asistiendo a un espectáculo en la Arena México. Antes de eso, me encuentro con el fotógrafo Jeoffrey Guillemard, quien acababa de seguir durante varios días la vida cotidiana de «El Gallo Francés». Luego será mi turno de conocer a «Lady Drago» en un gimnasio en las afueras de la capital, durante un entrenamiento.
I. Inmersión en la Arena México
Todavía no he regresado a casa de Alex, mi amigo franco-mexicano. No, he preferido ir a una sala inmensa donde personas de todas las edades y de todas las clases sociales gritan, exultan y se desahogan en una atmósfera endiablada: la de la lucha libre. Dentro de la Arena México, todas las miradas convergen en un cuadrado central elevado, delimitado por tres cuerdas: el ring. Algunas noches, en particular los martes, hasta 15.000 aficionados se reúnen en este lugar, a menudo considerado la Meca del catch en su versión mexicana.
© PR.ednasantos
No estoy solo para saborear este espectáculo popular y folclórico. Durante el día conocí a Javier, un empresario mexicano de 32 años. ¿Un encuentro fortuito? No exactamente. En mis viajes anteriores aprendí a manejar la aplicación Couchsurfing para conectarme con locales siempre acogedores, a veces inspiradores. Javier no es la excepción. Le gusta conocer viajeros para mostrarles las bellezas de su país.
Vive en Aguascalientes, al norte de México, y es director de una escuela privada. «La educación es un buen negocio; las generaciones futuras siempre necesitarán educación para ascender socialmente», me explica con seguridad. Es una manera de ver las cosas. Usando la aplicación para organizar actividades en grupo, me propone de forma natural probar la efervescencia de la lucha libre. Es martes; la ocasión es demasiado buena para rechazarla, más aún con mexicanos.
A medio camino entre el deporte y el teatro, la lucha libre es una coreografía cuidadosamente dominada por luchadores elevados al rango de superhéroes. Cada uno luce un traje personalizado con un elemento imprescindible: la máscara, que no debe perderse bajo ningún concepto. Detrás de esas máscaras hay apasionados: hombres de músculos prominentes o de vientre abultado, mujeres con mallas ajustadas, enanos ávidos de grandeza.
El origen y las reglas de la lucha libre
© Secreteria de Cultura Ciudad de México
Según la infalible Wikipedia, la lucha libre fue introducida en México durante la ocupación francesa en 1863. ¡Gracias, Napoleón III! Con el paso del tiempo, se convirtió en una cultura en sí misma que reúne a miles de aficionados. Entre el centenar de profesionales activos, una decena —los más célebres— tienen el honor de combatir en la Arena México. Algunos pueden vivir de su pasión en un país donde el salario mensual ronda apenas los 670 €.
Si las reglas son similares a las del catch estadounidense, su estilo es más aéreo y espectacular. Es difícil explicar las reglas en detalle, ya que son difusas y modulables. Uno de los aspectos esenciales que hay que conocer es la existencia de una lucha perpetua entre el bien y el mal: los técnicos (los buenos) contra los rudos (los malos).
Otro elemento primordial de la lucha libre es la máscara, símbolo de la vida. Que te arranquen la máscara sigue siendo la peor humillación que puede conocer un luchador a lo largo de su carrera. ¿Recibir bofetadas? Ok. ¿Que te pateen el trasero? Ok. ¿Que te lancen al público? Ok. ¿Pero perder la máscara y revelar tu identidad? J-A-M-Á-S.
Los combates se disputan al mejor de dos caídas. Por razones de suspenso, suelen llegar a tres. Los técnicos respetan las reglas; los rudos, no tanto. Un árbitro intenta como puede mantener el orden, sin demasiado éxito. A veces recibe una bofetada: bien merecida.
II. Mi encuentro con el fotógrafo Jeoffrey Guillemard
Nada es evidente en México: desplazarse, encontrarse, saber qué está permitido y qué no. Conviene saberlo: es casi imposible entrar a la Arena México con una cámara fotográfica (los teléfonos móviles sí están permitidos). Los propietarios del recinto quieren controlar su imagen al máximo. Vaya uno a saber por qué.
Ser un fotógrafo reconocido y talentoso no ayuda necesariamente. Jeoffrey Guillemard lo sabe bien. Este francés, instalado en México desde 2014, ha colaborado con medios prestigiosos como Le Monde, Libération o Rolling Stone. Lo conocí en un café junto al parque de la Alameda el día de mi llegada. Junto con el periodista Rémi Vorano, acababa de seguir durante varios días la vida cotidiana de «El Gallo Francés», un luchador amateur que se lanzó a una aventura loca: imponerse en México. Si Jeoffrey y Rémi tenían total libertad para tomar fotos en arenas menos prestigiosas, colaborar con la Arena México fue un rompecabezas sin nombre, y prefirieron renunciar, al menos por el momento.
Mi cámara, una FujiFilm X100F, puede parecer inofensiva, pero el encargado de seguridad se niega a dejarme entrar. Un mexicano que me acompaña me propone dejar la mochila en su coche. Perdemos unos minutos, lo suficiente como para perdernos el primer combate entre luchadoras. Llegamos a tiempo para presenciar un combate de enanos, tres contra tres.
La atmósfera de los combates
Los combates de enanos… ¿cómo decirlo? Menos aéreos, pero burlescos al máximo. Bofetadas a diestra y siniestra que resuenan en toda la sala. Se embisten como mulas y usan los muslos para asfixiar al adversario. Ingenioso. A veces intervienen como refuerzo en otros combates entre luchadores, añadiendo una nueva dimensión a la pelea. El ambiente es eléctrico. Todavía no entiendo todas las expresiones del público, pero dudo que sean palabras de amor. «¡Chinga tu madre!», por ejemplo. Poético.
En las gradas, la creatividad de los insultos supera todo entendimiento. La palma de oro es para quien suelta la mayor tontería. Alrededor del ring es el bingo de los clichés: vendedores de nachos, pintas de cerveza a montones, cheerleaders contoneándose para recibir a los luchadores, pantallas gigantes para ver los combates de cerca… la inmersión es total.
Salgo de la Arena México exhausto, con la cabeza como una sandía, pero con los ojos brillantes y la sonrisa de oreja a oreja. Un poco aturdido por el jet lag. Tengo ganas de compartir este momento, de dar testimonio, de encontrar un ángulo original. ¿El lugar de las mujeres en este universo implacable? Justamente, Jeoffrey me dio el contacto de una luchadora profesional: Lady Drago.
III. El día a día de una luchadora profesional
Apenas salgo de la Arena México, con la ayuda del fotógrafo Jeoffrey Guillemard, le envío un mensaje a Lady Drago explicándole mi enfoque. Voy directo al grano: me gustaría conocerla durante un entrenamiento y luego asistir a uno de sus combates. Buena noticia: acepta y además está disponible. Único detalle: esta joven, de alrededor de un metro cincuenta y cinco, entrena en el último piso de un gimnasio situado fuera de la ciudad, en un barrio «poco recomendable».
No importa: me propone ir pasado mañana, a media mañana. El timing es perfecto antes de que yo zarpe. Hago algunas búsquedas para preparar la entrevista en su perfil de Facebook, con cerca de 5.000 amigos: Lady Drago posando con otros luchadores enmascarados por aquí, Lady Drago compartiendo dibujos hechos por su comunidad por allá, sin olvidar selfies con sus distintos atuendos.
Dos días después. Hice bien en tomar precauciones y pedir un Uber con más de una hora de antelación. En el camino, el tráfico es caótico. ¿Qué podría empujarnos a modificar —al menos provisionalmente— nuestros comportamientos? Algunos transeúntes con mascarilla esbozan una respuesta. Un pasajero invisible y amenazante, la Covid-19, no tardará en llegar; nuestra movilidad pronto se verá afectada.
Con diez minutos de retraso, llego al gimnasio: la Zeus School Gym. Lady Drago y otros tres luchadores ya han comenzado el entrenamiento. No hay tiempo que perder: les pido que actúen como si yo no estuviera para poder concentrarme primero en la fotografía.
No hay fórmula mágica: para convertirse en luchador profesional, los entrenamientos regulares son, por supuesto, indispensables. Tres veces por semana, en sesiones de dos horas, Lady Drago encadena secuencias para dar fluidez a sus movimientos, pegándose lo más posible a la realidad. Aunque los golpes se exageran voluntariamente, el riesgo de lesión física existe de verdad.
Lady Drago, que eligió el dragón como símbolo de resiliencia, puede dar fe de ello: estuvo alejada de las arenas durante un año y medio tras una mala caída. La lucha libre suele ser un asunto de familia. El padre de Lady Drago era conocido como el Dragón Celestial, mientras que su hermano entrena a su lado.
Durante el entrenamiento, los luchadores conversan, se dan consejos y se hacen señales cuando caen mal. Las mímicas (bailes personalizados, actitudes de superhéroe) se repiten una y otra vez. La gestión de la respiración también es esencial para no desfallecer durante los espectáculos.
«Espero que lo hayas pasado bien, Sébastien», exclama Lady Drago con una sonrisa. «La lucha libre me da mucha adrenalina, sobre todo cuando actúo ante el público. De hecho, eso es lo que me impulsa a seguir adelante». Le pregunto si es técnica o ruda. «Las dos», responde sonriendo. «Todo depende de las necesidades de la arena. En este momento lucho en la Arena Tepito y en la Arena López Mateos. A veces con mujeres, pero la mayoría de las veces en combates mixtos, porque mi entrenador me formó para ello».
¿Existe entonces una diferencia entre luchadores y luchadoras, especialmente en un país con fama de machista? «No, no según yo. Seguimos el mismo camino: nos damos a conocer en gimnasios y espectáculos callejeros antes de llamar la atención de las arenas más grandes».
¿Y qué piensa del movimiento feminista, cada vez más mediático en el país tras una nueva ola de feminicidios? ¿Tiene ganas de ser una de las portavoces de esa causa? «Esas cuestiones no son para mí. No soy feminista», zanja sin pestañear.
Uppercut, fin de la entrevista. Regreso al centro de México. Por más que le doy vueltas a un posible artículo, es difícil encontrar un ángulo original y diferente. Asistir al combate de Lady Drago la semana siguiente quizá me ayude a verlo más claro… Mala suerte: el espectáculo se cancela. Este proyecto se viene abajo; una lástima. Prefiero concentrarme en la continuación de mi viaje.
Sébastien Roux
Foto de portada © Carlos Ramirez